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lunes, 12 de mayo de 2008

ANÉCDOTAS

ANÉCDOTAS

La vida está repleta de anécdotas. ¿Quién no ha tenido alguna en los preparativos de su primera Comunión? Aquí os cuento la mía del año 1963. Eran tiempos difíciles y mis padres bien escasos de recursos para celebrar modestamente este día.

Curiosamente mi prima Conchita hacía la primera Comunión quince días antes que yo. Su madre que era una bendita, sugirió que las dos podríamos surtirnos del mismo traje, o mejor dicho; yo me arreglaría con el traje que le habían comprado a ella después de su uso. La dificultad consistía en que el traje habitaba en Alicante y yo lo necesitaba en Murcia, pero no había problema. Mi tita Conchi al día siguiente de usarlo mi prima, se lo mandaría por correo a mi madre, vestido y complementos. Entonces no existía la tecnología de hoy, ni nada por el estilo. La estación de tren distaba a unos cuantos kilómetros de casa y mi padre labrador de la finca de su “señorito” el “BMV” que teníamos, era un viejo carro enganchado a una mula. Tres viajes hizo el pobre con este “deportivo “de labranza, a la estación un día tras otro en espera de recibir tan apreciado paquete.

Cuando asomó cuesta abajo ya sabía yo que traía consigo el tesoro, pues hasta la mula con su carga parecía venir contenta. Mi padre sonreía entre dientes al sentir mis saltos de contento. Como una loca y llena de alegría estaba deseando que mi madre abriese ese bulto entre redondo y ovalado que contenía el vestido con el cual yo haría mi primera Comunión.

A mi madre por poco le da un ataque al verme con el traje puesto. Mi prima medía casi medio metro mas que yo (es que a mi me hicieron algo escasa) y aquello me arrastraba por todos lados, lo único que me quedaba al “pelo” era los guantes. ¡Qué bonitos! Decía yo,

__ ¡Déjalos! ¡Estate quieta! no sea que los roces y se ensucien, que la comunión es pasado mañana__ Contestó mi madre.

¡Ay!, mamá, déjame que me ponga solo uno para enseñárselo a la tita Teresa. Mi tía Teresa tengo que decir que fue nuestra segunda madre. Para cualquier cosa siempre estaba la tía Teresa solucionando problemas, ella junto con mi tito Pepe, mis primas Carmen y Tere eran mi segunda familia. Pues nada, yo empecinada en enseñarle a mi tía el guante que me había puesto. Y mi madre, ¡que no! Con muchos ruegos la convencí para que me dejase ponerme no solo uno, sino los dos, e irme corriendo a su casa para enseñarle cosa tan bonita. Eufórica perdida y alborotada salí con los guantes puestos. Estos guantes de fino encaje donde yo me veía unas manitas preciosas. De la alegría que sentía en ese momento ni siquiera miraba donde pisaba con lo cual pisé una lometa llena de chinarro al volver la esquina y..¡Zás! caí todo lo larga que era (que no era mucho) poniendo las manos en la tierra. Cuando me levanté del suelo habían desaparecido tres partes de encaje de cada guante, o sea, que en la palma de la mano ni había guante ni nada. (Por más que me caliento la cabeza aún no sé donde fue a parar ese buen “cacho” de encaje que se perdió de cada prenda). Con las manos rasguñadas y doloridas llegué a casa de mi tía llorando como María Magdalena, más que por la pérdida del guante por la cara que pondría mi madre cuando volviera a casa.

Mi tía Teresa que nos quería a mis hermanas y a mí como si fuéramos sus hijas trató de consolarme, pero yo no tenía consuelo, además pensaba que mi madre que jamás nos dio un cachete ese día de una buena zurra no me libraba nadie. Así que ella dulcemente como siempre, tiró delante de mi (digo delante porque yo iba agarrada a su cintura y debajo de su falda para que mi madre ni me viese) y se fue a explicarle a mi madre (que estaba atareada con la aguja intentando adaptar el vestido de mi prima a mi diminuto cuerpo) lo que había sucedido. ¡Ay, Madre! Cómo se puso mi madre, ella siempre los disgustos los tiraba por la boca. Dijo y maldijo todo lo que le venia a su mente, hasta que mi tía logró tranquilizarla pude salir de debajo de su falda sin peligro de recibir algún traqueteo..

En fin… yo no sé de donde sacó mi madre otros guantes, ni las explicaciones que le daría a mi otra tita (la que me había dejado el traje) pero lo que sí sé es que ese día de mi primera Comunión estaba yo radiante y preparada interiormente para recibir al Señor.

Espero que os haya gustado mi anécdota. Si os ha pasado a vosotros alguna podéis compartirla con nosotros.

Un cordial saludo.

Mari Carmen y Javi.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

También yo tengo alguna anécdota sobre mi Primera Comunión y sobre lo "buena moza" que era por aquel entonces; tampoco ahora soy ninguna baloncestista,solo soy un poco mas grande que entonces.
Pues bién, paso a exponer mi historia:

En el año 1960, por entonces las catequesis las daba nuestro inolvidable D. Telesforo, dos tardes a la semana iba a la escuela de Doña Candida, tambien inolvidable para todas las de aquella época, alli y otros días en el salón que habia detrás de la Sacristía de la Iglesia, donde nos ponián películas de cine mudo de "El gordo y el flaco" es donde aprendimos lo que nos sirvió para tomar la Primera Comunión y lo que despues, tambien nos ha servido para no perder la Fé en Nuestro Señor.
En estos avatares de la vida de aquellos años, un buen dia me dice D. Telesforo: "Verdad desde luego, que este año vas a hacer la Primera Comunión".
Me fue corriendo a mi casa, mas contenta que unas castañuelas a decirselo a mi madre; cuando le conté la buena noticia, no daba crédito a lo que estaba oyendo, pues no entraba en los planes de la casa para aquel año, celebrar ningún acontecimiento extraordinario y me decía ¡ No es posible ! ¿Como tan pequeña vas a hacer la Comunión?
Me cogió mi madre y nos fuimos a hablar con D. Telesforo; la respuesta que le dió a mi madre fue: "Verdad desde luego, que se ponga una zapatos de tacón, que la niña está preparara, y verdad desde luego, puede hacer la Primera Comunión este año".

Como, la verdad, hacia falta muy poca tela para mi vestido, mi madre la compró y nos vinimos a casa de "Carmen la Felicilla" para que me hiciera el traje.
Y llegó el día de la Ascensión de aquel año y con mis seis añitos casi recien cumplidos hice mi Primera comunión.
En la fila para entrar en la Iglesia, iba delante de todas, yo sola, porque no hacia pareja con ninguno de los demás compañeros, todos eran dos palmos mas altos que yo.
Pasados los años se recuerdan estas cosas con mucho cariño, la añoranza de aquellos días, conforme se hace una mayor, están mas presentes en nuestras vidas. ¡ Madre mía, que mayor soy !
Dios quiera que sigamos contando estas y otras anecdotas en tu blog por mucho tiempo.
Un saludo amigos.
Una amiga de Mari Carmen.

Anónimo dijo...

Gracias amiga por contarnos tu graciosa anécdota. ¡Qué tiempos aquellos!
Un abrazo.
Mari Carmen y Javi.